Esta noche he soñado que besaba tu cara. He soñado que mi cuerpo y el tuyo se convertían en una masa homogénea imposible de hetereogenizarse. Pero cada mañana, llego a la conclusión de que nunca duermo de noche, sino que pienso en tí con los ojos cerrados.
Te escribo todos los días irremediablemente, aunque sólo lo imagine, para que tu recuerdo no se borre de mi mente y siga oliéndote como la primera vez que lo hice. Ese olor tan dulce que paralizaba mis sentidos. Esa sonrisa, esa sonrisa...
Te odio cuando te confundes, cuando te encierras en tu mundo. Te odio cuando me odias porque te odio. Cuando no me llamas, cuando no te dejas. Te odio cuando me quieres y no me lo dices. Pero luego te encuentro y me sonríes, y es en ese instante, en ese preciso momento cuando me atraca el impulso de morir en tus brazos, de morir en tus palabras para más tarde buscar el exilio en tu aliento y poder sentirme fuerte.